3/21/2012

Diario del hombre diurno: arquitectura de la reforma

Lo curioso de una muerte en la familia, es que la "muerte" en si  es sólo el comienzo de algo mucho más grande.
Aparentemente uno no puede perder uno de sus padres, siempre se pierden ambos. Uno por razones obvias (cremado, enterrado, untado contra el asfalto, carbonizado en una explosión o desperdigado por las vías del tren). El otro, el que queda "vivo" ya no puede seguir siendo la misma persona, porque la memoria del difunto que queda vivo en el duele demasiado.  Ya no puede funcionar como madre o padre, o como pareja, y deja de ser la persona que conociste hasta ese momento (desde el día de su nacimiento). Esta persona, que es muñón de algo que ya no está, que tiene media persona muerta en su memoria y en sus sueños, busca desesperadamente volver a estar completa. Para lograrlo debe desmantelar todo la estructura que había armado a su alrededor, reinventarse. Y para quien esté presenciando semejante transformación, el espectáculo será doloroso, lento e incierto.
Así todo aquel que haya perdido uno de sus padres, que se prepare para perder lentamente al otro, para conocer a la persona que era antes de se su padre o madre.
No sé bien a dónde iban estas palabras. Tómenlas como pensamientos en voz alta que no tienen que llegar, necesariamente a una conclusión ingeniosa. La muerte ciertamente lo transforma todo. No nos enseña nada, no nos hace más sabios, ni hace que tomemos las cosas más folosóficamente. Nop, uno sigue siendo el mismo nardo que era antes de esa pérdida "X". Pero se tiene la sensación de caminar sobre algún campo minado y cada tanto se pisa una bomba que le explota en la cara...  No sé, es curioso, es extraño.



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