La hija de una madre soltera; católica hasta límites criminales, como suele suceder con las personas que necesitan perdonarse grandes tragedias; Lourdes sufrió los embates de la culpa dogmática. Al llegar a la adolescencia su madre abrió enormes tajos en sus piernas para recordarle que debía mantenerlas cerradas. Con quince años, indefensa antes los ataques de la frágil cordura materna, con una anemia crónica, Lourdes tuvo sus contados momentos felices junto a Eva, quien fuera desde los ocho años su mejor amiga, y desde los veinte su novia. Eva, alegre, desenfadada, una hedonista intuitiva por excelencia, intentó, desde que fueron conciente de ello, arrancar de su amada la noción del Dios que juzga y castiga, que observa y culpa. Pero como bien sabrá todo aquel que haya crecido entre misas y oraciones, esas cosas no pueden obviarse nunca. Ambas se dieron por satisfechas al lograr que Lourdes en lugar de temer a Dios, sencillamente lo odiara.
Se despertó, una madrugada, con los sentidos embotados y las manos entumidas, como solían amanecer, para percatarse de que se había quedado sola. Sola con su odiado Dios.
1 comentario:
Ash ps yo lo amo porque me hiso bella bella y bien sincera jajajaja no me importaria quedarme a solas con el y menos si le da por convertir el agua en vino =D
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